martes, 22 de enero de 2008

Terreno escabroso

Terreno Escabroso

“Cuando se rellenan los vacíos con material inestable es probable que los huecos resurjan traicioneramente”.

-Tengo que decirte algo- musitó.

Desperté de un sueño que duró dos minutos. Miré a mi lado y encontré a una perfecta extraña, en el sentido más común, en el más vil. Sentí que se me apretaba el pecho, me mordí tan fuerte los labios que los sentí sangrar. Me levanté, me vestí de prisa, recogí mis cosas y salí dando un portazo.

La noche estaba tibia, con la primera bocanada de aire sentí que se hidrataban mis pulmones y la presión que tenía en mi garganta se pasó a mis ojos. Comencé a llorar involuntariamente intentando destapar, despertar de mi ofuscación.

Caminé no se por cuanto tiempo, mientras lo hacía, alzaba la vista ocasionalmente, no reconocía nada, sentí miedo. Comencé a correr. Pensé que si corría podría llegar más rápido, pero es difícil en la nada encontrar algún lugar. Me detuve en una parada de autobús, ya no lloraba y mi respiración se había normalizado, no sabía si quería respirar.

Amanecí en un cuarto de motel barato, la precariedad del lugar la delataban las paredes cubiertas de un papel tapiz marrón arrugado. No recuerdo bien como llegué, lo cual podría explicarse por la botella de vodka medio vacía que está en el suelo.

Intenté incorporarme para buscar el móvil, me sentí un poco mareada y mis piernas no pensaban que debía despertar.

El móvil reveló tres llamadas perdidas, todas de la extraña. Tenía una sensación extraña en la boca. Fui al baño y el reflejo en el espejo me mostró una sonrisa negra, y una gota de sangre seca en mi mejilla. Me limpié, y con eso poco a poco sentí los primeros indicios de dolor.

Mi estómago se fraguaba una batalla con al alcohol y el aire, así que decidí comprarme algo de comer en una cafetería que quedaba cruzando la calle del motel. Me comí un pollo un tanto soso, -odio tanto la comida de este lugar, nunca me satisface-. Decidí caminar un poco, no conocía demasiado la ciudad, esta ciudad habitada por los años, no se ven personas jóvenes, solo veteranas, en el sentido literal y en el más figurado. Todos orgullosos de sus heridas de guerra, aunque algunos nunca pisaron el campo de batalla.

Intenté reconocer algún espacio que me permitiera algo de sosiego. La noche anterior fue un asco, no sabía exactamente porque, pero me dolían los músculos y la sangre de las sabanas del motel, me indicaron que mis demonios estuvieron un tanto intensos.

Tenía cortadas en varias partes de la espalda. Tengo problemas para razonar como llegaron ahí. Hice un esfuerzo para recordar, pero los párpados me duelen desde adentro, recordar me resulta muy difícil por el momento. Las cortadas no son profundas pero arden, sobre todo por la presión que ejerce el broche del sostén.

El vodka que restaba me ayudó a sanarlas un poco.

Caminé de regreso al motel. Al llegar a la puerta un señor bastante particular, que me miraba como si me reconociera, me detuvo. Tenía los dientes perdidos entre los años de cigarrillos y visitas al dentista que no trascendieron de la postal en el buzón. Su cabello se veía grasoso y viejo, arrugado, como los espirales que sostienen los animales de juego, en un parque para niños. Intenté ignorarlo como suelo hacer con todo lo que no reconozco. Al intentar entrar, me tocó el brazo a la altura del codo, al sentir sus uñas enterrarse en mi piel, me hizo descubrir otra herida que se escondió entre mi estupor mañanero.

-What do you want?, le pregunté, pensando ilusamente que mi amargura selectiva me libraría del evidente sentimiento de miedo que se escapó en mi voz. – No quiero nada morocha- me respondió con una voz tan grave como la decadencia de su acento. – Pero tengo algo para ti, vino un hombre a buscarte, te dejó esto- Me entregó en las manos un sobre que estaba un poco húmedo y sucio, con unas huellas amarillentas impregnadas sobre él. – Gracias, y disculpa, pensé que eras…- Sí, ya se, como todos aquí, pero no, soy argentino.

Asentí indiferente a su respuesta y me alejé con el sobre en mano hacia la habitación. No reparé demasiado sobre el portador de la carta, la realidad en el momento no me importó tanto. Quería llegar a la habitación, sentía unas gotas bajando en mi espalda, quise pensar que era sudor, pero el engaño era inútil. Hacía demasiado frío como para sudar, y el ardor me apuñalaba la cien. Cuando entré a la habitación fue como caer a un abismo. Unas sábanas manchadas, monocromáticas, degradadas en rojos. Desvestí la cama y metí las sabanas a la ducha con agua caliente, no quería tener que responder cuando vinieran a limpiar esta pocilga. Debajo de la cama encontré un objeto que me sorprendió bastante, parecía un arpón pequeño como para pescar de cerca, pensé. Estaba lleno de sangre también, lo arrojé junto con las sábanas y me acosté en la cama desnuda y con olor a alcohol.

Me quedé dormida por lo que me parecieron dos horas, desperté sudando frío, cuando me percaté el matress estaba todo lleno de sangre. Resignada a no poder evitar los estragos de mi noche me propuse abrir el sobre. Había un papel pequeño, que leía:

You don’t owe me anything for this, last night was awesome, you are great, and certainly you don’t deserve to be treated like that, by the way I’m sorry for the hit, but you wouldn’t let go ”.

Adjunto al papel había una llave pequeña como para abrir un candado, la llave tenía una numeración y unas iniciales. “A.I.M”. Sentí un escalofrío que no supe explicar, me vestí de prisa y corrí a buscar al portero del Motel.

-Parece ser la llave de un encasillado-

Claro, pero ¿donde?, ¿Cuál?, ¿y las siglas?

- Podría ser Aeropuerto ¿no?, ya, claro Aeropuerto Internacional de Maryland.

Tome un taxi hacia mi destino. Las manos me temblaban y sentí ganas de llorar. Tenía un dolor en el pecho parecido al de mis malos presentimientos. Esperé ansiosa el camino que demoró unos 20 minutos. Intenté recordar quien pudo haber sido el posible autor de la nota, me concentré tan fuerte, que por unos momentos paré de pensar en ella, sin ningún resultado, bajé del taxi y me dirigí al aeropuerto. Busqué los encasillados, número 303. Al abrir el encasillado, noté un líquido viscoso que estaba pegado a las paredes, era un casillero bastante largo por lo que introduje mi brazo hasta llegar al final. Al mirar lo que tenía saqué dos fotos tomadas por una cámara instantánea. Ambas de la extraña, la primera aparecía con cara de asustada y la otra era una imagen monocromática casi imperceptible, cuando logré definir la imagen, era la extraña bañada en sangre. Al fondo de la foto leía, “Because of you”.

Sentí un líquido repentino en mi garganta, vomité los rastros de mi tristeza, y al unísono todas las memorias me golpearon. Me ví sobre el cuerpo desnudo de un hombre rubio, los recuerdos eran tan punzantes que en medio de las nauseas, sentí un ardor en la entrepierna, como si me estuviera penetrando, lo sentí. Su mano derecha agarraba mis senos mientras la otra me aruñaba la espalda, la nuca, los brazos con el arpón, con las uñas, con la mirada. La escena en el aeropuerto era bastante grotesca desde afuera, pues mientras recordaba, me revolcaba en el suelo del lugar, gimiendo, mitad de placer, mitad por un llanto ahogado.

Justo al borde del orgasmo, grité su nombre, el de la extraña. Me empujo iracundo, me tiro en la cama, abrió mis piernas y me penetró aun más fuerte, me juró que nadie me volvería a herir así. Me apartó, sacó unas fotos de mi cartera, fotos de ella, se vistió deprisa, intenté detenerlo pero estaba muy débil, entre las cortadas, el alcohol y el sexo, mis músculos trabajaban en mi contra. Reuní mis fuerzas y me agarré a su cuerpo, quería evitar que se fuera, giró súbitamente y solo sentí el golpe en mi cara y la sensación salada en mi boca.

Desperté.

- Tengo que decirte algo- musitó.

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