martes, 22 de enero de 2008

De esos que besan y se van...

Quisiera que los labios fueran hijos de los marineros de Neruda, aquellos que besan y se van...Que fueran meramente una parte más como lo son para un Anatomista. Que no implicaran una caída a uno de los círculos de Dante, que no se amaran como se aman las rosas de sal, topacios. No es posible en este mundo tan enredado, ser marinero sin mar, sin embarcación, sin puerto. Las alternativas se rigen en el perfil de Bosé.
Los días son una tortura, una misantropía constante, una lucha, una frustración digna de que un Vallejo narre las muertes en mi Medellín.


No hay tristeza peor para una mujer de palabras, que perder el hilo, y que el léxico se convierta en una serie de periódicos suspiros, de miradas inciertas. Son tristes los finales sin comienzo, los “hasta luego”que se traducen en “adios(es)”. Es triste que lo tántrico se desvanezca en su propio origen. Los labios marineros no encontraron un puerto que dejar, otros labios para arropar. Las puñaladas de la culpa calan más hondo, que los aleteos de las libélulas, que ocasionalmente se sienten en la anatomía… no serán sino aquellas de la memoria que aleteen, de nostalgia, melancolía, o pura desesperación para no caer al devastador abismo del olvido. En su último aliento, y justo antes de caer, se escuchará al unísono un grito ahogado, un nombre.

Ser presa de los movimientos gástricos, los que se crean cuando besas y cuando se hacen otras cosas que son mejores hacerlas que narrarlas. Ser presa del cosquilleo, del aleteo, de la corriente que movería al cosmos a hacer tantas cosas si se pueda exteriorizar.

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