sábado, 22 de junio de 2019

No se trata de un Junio

Cuando tenía 5 años tuve mi primer amor y mi primera desilusión, me enamoré de mi primo, un chico guapo de ojos claros. 
Por supuesto muy rápido supimos que no podía ser, nuestras familias no lo permitirían. 
Al pasar a segundo grado y superar mi primer corazón roto, me encontré sintiendo cosas que para una niña de mi edad eran difíciles de entender, pero curiosamente, las entendía.
Mi maestra de segundo grado era una mujer de carácter fuerte pero a la vez dulce y con una gran personalidad para su profesión, un tanto agresiva para los estándares de ahora, pero en aquel tiempo seguramente más de una vez fue maestra del año.
Ella tenía ese estilo vieja escuela, el de “si te portas mal te pego y luego le digo a tus papás para que te peguen también”.
Yo, que nunca he sabido vivir alejada de la controversia, empecé a disfrutar sus golpes. Sí, a disfrutarlos de manera sexual y amorosa, sí, a mis cortos 6 años de edad. En aquel tiempo no se hablaba de la comunidad lgbttq como ahora, en aquel tiempo eras pata o pato, farifo, machúa, cachapera o chota. Yo no sabía hasta que punto significaban todos esos epítetos, yo solo sabía que mi maestra me pegaba por malcriada y a mi me gustaba malcriar para que lo hiciera.
Ahí comenzó mi primera crisis existencial. Comencé a preguntarme de todo, evidentemente sabía que bajo mi crianza, que me gustara que mi maestra me pegara no era algo muy “normal”. Sobre todo cuando te han criado para tener la sombra vigilante de un Dios que “castiga”, que todo lo oye y lo ve, hasta tus pensamientos.
Ahí empecé a vivir muerta de miedo, esclava de que Dios sabía de mis pensamientos y me iba a castigar. Temerosa de que ese ser del cielo, hablara con mis papas y les dijera.
¿Qué iban a pensar de mi? Me encerrarían en un manicomio seguro. 
Nunca dije nada, no era capaz de plasmar en palabras, no tenía el vocabulario ni la valentía para expresar como me sentía. Así que callé, lloré a solas, lloré frente a la gente. Mi familia no entendía porque a veces lloraba al escuchar en la radio una canción en particular, “The sign”, de “Ace of base”, me identificaba con la letra. “I saw the sign and it opened up my eyes”.
Solo que en aquel momento, yo deseaba con todas mis fuerzas no haber sentido nada por la maestra, no haber sentido nada at all.
Con ayuda de una persona especial que aun recuerdo con cariño, pude aprender a manejar mi tristeza y soledad. La soledad que se siente cuando tus pensamientos son solo tuyos y aunque quisieras es mejor no compartirlos.
Pasó el tiempo y crecí, pasé la etapa de besar chicos y tener novio, pero había siempre algo dentro de mi que no encajaba con ese perfil.
Una vez ya en escuela superior tuve un sueño, y en ese sueño volví a sentir aquello que sentía con esa maestra. Aquello que había sepultado y reprimido en mi interior para no afectar a mi familia, para no enseñarles lo que verdaderamente era.
Después de ese sueño intenté hacer lo mismo, vamos, con todas mis fuerzas intenté volver a guardar esa sensación en el baúl de los recuerdos. No lo logré y tuve que aprender a mirarme y aceptarme a mi misma tal cual. Tuve que aceptar que mi vida le haría daño a personas queridas. Tuve que mirarme en el espejo y verme, verdaderamente verme. 
Lloré en el proceso, perdí amistades que pensé tendría toda la vida. Fui señalada en mi escuela superior por amigos y maestros. Fui discutida en reuniones de padres, como si fuese yo un peligro para el estudiantado, solo por amar o sentirme atraída hacia una mujer. 
En el proceso tuve muchas personas quienes me hicieron sentir bien. Mi mejor amiga me dio su apoyo y cariño aunque en su casa, donde me quedaba todas las semanas, ya no era bienvenida. 
Mi hermana se convirtió en mi campeona, en esa persona que se puso el traje de hojalata, sacó la espada y declaró que con su hermana nadie se iba a meter.
Mis papas nunca me cerraron la puerta de su casa, aun cuando mi estilo de vida iba muy en contra de lo que les habían inculcado. 
A lo largo de mi vida he cometido muchos errores, muchos, pero siempre he hecho algo igual, amar intensamente. Entregar la persona que soy en el momento e intentar ofrecerles a todos mi mejor versión. Unas veces mejores que otras pero siempre como norte de estar en paz y no hacerle daño a nadie. Cuento esta historia, muy mia, muy personal, porque hay colectivos que día a día atentan con mi derecho de ser gente. Atentan con mi derecho de existir, solo porque no existo desde su normativa, punto de vista, religión, etc.
Mi historia es de las bonitas, mi historia no es terror como las cientos que he escuchado de amistades. Mi historia no es terrible comparada con otras, pero fue mia y fue dolorosa igual. Es doloroso entrar a las redes sociales y ver como la gente te condena, te envía a quemarte en el infierno, en ocasiones te desean la muerte. Es doloroso para alguien que tiene una buena estructura familiar, imaginen para aquel que no la tiene. 
Que su familia le ha dado la espalda por ser quien es, porque aunque no le hace daño a nadie, la sociedad lo quiere golpear, matar, curar, cambiar.
La soledad mata, la indiferencia mata, el no poder ser auténtico sin consecuencias nefastas, mata.
El mes de Junio para la comunidad, representa un poquito de esperanza ante tanta desigualdad. Representa para nosotros familia y unidad, familia que muchos no tienen en sus casas. Representa salir a la calle y aunque sea en un espacio reservado para nosotros, poder decir “estamos aquí”. Significa para aquel que sufre en silencio un “no eres el único, no estas solo”. Significa ver el arcoíris después de la tormenta, significa por unos días sentirte parte de algo más grande, significa pertenecer. A todos aquellos a quienes “ofendemos” con nuestra vida los invito a participar. No hay nada mejor para el miedo que enfrentarlo, los invito, porque si hay una comunidad que sabe lo que es el “perdón” y perdonar, es la nuestra.