jueves, 21 de febrero de 2008

Declaración

Me parece que soy pues, una ingenua enamorada. Me enamoro de los detalles que te hacen hermosa, que las hacen hermosas. Idolatro el brillo de tus ojos, el pigmento (a)mielado que los endulza. Adulo la altivez de tu respirar, entre tu mentón y tu nariz me elevas hasta los topes más recónditos. La textura de tus besos provoca los cosquilleos más atrevidos en mis entrañas. Suspiro, una, dos, tres veces antes de sucumbir y dejar que mis manos naveguen por tu entorno. La energía que irriga mis entrañas favorece el descenso desde el primer círculo hasta el punto de ebullición. Luego, catársis, después sosiego. Sos vos mi combustible momentáneo, mi más reciente impulso, mi tentación predilecta...

jueves, 24 de enero de 2008

Impregnada

El esmalte silencioso de tu dentadura, se queda impregnado en mi memoria cada tres lunas llenas cuando coincides en mi necesidad de verte sonreír. La fidelidad de tu seriedad es incitadora, invade más el apetito de verte ejercer una mueca que difiera de tu explicita cualidad de misántropa. Las sensaciones son efímeras y tienen la necesidad intrínseca de refrescarse en la humedad de nuestros encuentros fugaces. Ante la pérdida de los encuentros es necesario recurrir a esos esmaltes silenciosos que se someten entre tus labios, esos esmaltes que lograrán revolcar la memoria sin dejar en manos de la culpa la autoridad de perderlos. Las confesiones, conversaciones, excitaciones, en fin todo lo deliciosamente prohibido se quedará a merced del primer y mejor postor(a) que quiera reclamarlos. Las despedidas no son sino despiadadas escultoras del dolor y la nostalgia, y traen consigo la añoranza despiadada por los años venideros.

Carta a la infelicidad

Carta a la infelicidad.

Eres tan abundante, tan creciente. Estas en todas las caras, las miradas, las emociones. Estas en todos los niveles de la conciencia, estas aquí. Estas en cualquier lugar que miro, estas en cada rincón de este planeta, que es demasiado pequeño para acogerte. Tienes demasiada fuerza, demasiada energía, demasiada determinación. Eres como una plaga, una bacteria. Te introduces en el corazón, en la mente, en los ojos, en los labios, en mi. Carcomes todo lo que encuentras a tú paso, te alimentas de los sueños, de las incapacidades, del miedo, del dolor. Eres más popular que Dios, te comportas peor que el Diablo, me lastimas peor que la tristeza. Habías sido parte de mi, aun cuando no te conocía, aun cuando no sabía tu nombre. Logré desvanecerte de mi vida, disminuir tu presencia, ahuyentar tus intrigas, no satisfacer tus deseos. Eres demasiado persistente, demasiado tenaz, fuiste sacudiéndote la piel, la piel que había podido lastimar, la piel que pude erradicar, casi lo logro, casi te elimino, te aniquilo, te abandono. Me descuidé un segundo a disfrutar de tu ausencia y fue ahí cuando aprovechaste para arremeter con más fuerza, con más ímpetu, acribillaste mis defensas, martirizaste mi razón de ser, me mataste sin hacerlo a la vez. Estas golpeando por donde más duele, estas golpeando a mi otra mitad, sin saber que el residuo de tu inmundicia se está quedando con mis deseos de despertar. Estas logrando todas tus metas, tienes más éxito que nadie, no le temes al fracaso, a la extinción, porque sabes es imposible. Te incorporaste a mi utopía, no se como lograste entrar, no se como lo lograste, burlaste mi seguridad, ahí yace llorando tú descaro, tú irreverencia, tú envidia. Antes no eras parte de mi vida, ahora te has convertido en la rutina más asquerosa que he adoptado. Antes viví feliz sin ti, ahora tengo que cargarte a mis espaldas, estas demasiado adherida, me coartas, me trituras, me dominas, me incitas a dejar de existir. He perdido demasiadas batallas contra ti, he ganado muy pocas, pero quiero que sepas que soy muy mala perdedora, no pienso dejar que tu cáncer se siga propagando en mi cuerpo, en mi vida. Te informo que voy a lograr salir de ti, te doy tiempo para que encuentres alguien mas a quien amargarle sus días.

martes, 22 de enero de 2008

Cicatrices

¿Cómo se borran? Las cicatrices, ¿de veras son heridas que sanan? Marcas que nos recuerdan el dolor por siempre, que nos recuerdan la inmundicia de una pena, de una tragedia, de una injusticia.

¿Cuántas cicatrices visibles, no visibles, el cuerpo es capaz de aguantar?, ¿Cuántas caídas, golpes, desafíos, ultrajadas puede aguantar un ente? ¿Es posible contabilizar el dolor?, ¿es posible encontrarle culpable a la nostalgia?

Si realmente las cicatrices son heridas que sanan, como no sana la memoria también, si la memoria no sana entonces sanar es meramente un eufemismo.

¿Cuántas heridas pueden aguantarse de un sentimiento, cuantas veces se maltrata demás el aguante, la tolerancia, la razón?

¿Cómo borrar las cicatrices, como evitar que sean una burla del cosmos, un souvenir neurótico del cuerpo, una instancia disfrazada de superación que es solamente mierda con olor.

¿Cómo te borro? ¿Cómo me borro yo de una vez y comienzo por abrir las cicatrices y deshollinar las heridas para que las memorias sanen de una vez? Si las caídas son solo una prueba para ver cuantas veces puedo levantarme, luego ¿a quién le muestro, erguida y orgullosa mi cicatriz? La marca de esa batalla ganada entre lágrimas e insultos, entre engaños y desengaños.

¿Qué tal si mis cicatrices son meros empujones del cosmos en mi infancia, y mis verdaderas puñaladas están al alcance de nadie? ¿Cómo muestro entonces mi trofeo, mi conquista?

Es por eso que el colmo de un desdichado, es morir con gracia. Porque en su último hálito de vida consigue consagración y respeto.

Lucía, tu alma...

!Lucía!, !Lucía¡,

¿Quién es?

Es tu pútrida conciencia, tu alma, lo que quieras pensar que te habla, te estoy llamando… contéstame.

¿Ya vienes a joderme la vida?

Sí, ¿y que pretendes que haga todo el día?

Ya se lo que vienes a decirme y no quiero hablar de eso.

¿No quieres hablar de que? De lo que te esta atormentando, del intrínseca necesidad que tienes de obtener el valor para morir, ¿es de eso de lo que no quieres hablar?

¡Cállate! Te dije que no quiero hablar contigo.

¿Y porque Lucía? Estas ignorando la mierda que te rodea, o simplemente tienes ganas de encolerizarme?

No quiero hablarte de la mierda que me rodea, no quiero que me digas lo que sabes, ya lo se. Que coño quieres que te diga, que me siento como mierda por ignorar el grito agudo de ayuda que pide Rubén, que no se si el hedor de mi alrededor son los restos descompuestos de un Dios que se me murió. Que no tengo otra mierda en que creer que no sean estas pinches conversaciones contigo. ¿De cual de todas las mierdas quieres que te hable?

De la que más te duela.

Tienes un descaro increíble, te encanta que sangre, que duela, que arda.

No, simplemente me encanta que me hables, que me dejes de ignorar, porque no creas, cuando sangras, yo también lo hago, a mi también me rodea tu mierda Lucía, yo también huelo. Te pasó algo hoy de lo que no me has querido contar, no me has dicho nada, has ignorado por completo lo que te pasó.

Lo se, no se que decirte.

¿Te chocó? ¿Encontrarte cara a cara con alguien que si tuvo el valor? O…¿qué lo tuvo a medias?

Sí, me trastorna pensar en él.

¿Por qué?

Porque no puedo creer que alguien tenga tanto dolor, que el roce del metal por la piel sea la salida ideal para que corra libre ese dolor, para que se pinte de rojo. Me hace pensar cuantas veces he sido participe de ese dolor, y cuantas veces le he provocado ese dolor a alguien.

Sabes que no tienes forma de saber eso. También sabes que no puedes evitar sentir dolor, o provocar dolor, está en tú naturaleza.

Tú también estas en mi naturaleza y aun así puedo ignorarte a veces.

¿O puedes realmente? Sabes que estoy presente aún cuando intentas ignorarme, que me consultas todo aun cuando te moleste mi presencia, sabes que no mueves un pie sin que yo lo autorice.

Estas muy creída tu, yo puedo mitigarte o venderte a algún demonio, quizás lo intente.

Venderme, Lucía ya me has regalado por pedazos a tantos demonios que ya no tengo personalidad, la que te habla es una partícula rodeada de la mierda, el dolor, el gris el negro, todo lo pútrido de tu existencia, soy la única partícula limpia que queda de todo lo que has ensuciado con tu intrínseca necesidad de mitigar lo que sientes, de atesorarlo y dejarlo salir a cuenta gotas. Tienes la genial costumbre de entregarte entera para luego reprimir, sufrir con estoicismo, recordar con alegría cuando realmente solo quieres sentir dolor.

Porque los recuerdos son como la sangre para todas las cosas vivas, porque sin recuerdos yo no sabría quien soy, porque sin experiencias yo no viviría mi vida porque no sabría ni como caminar.

Eso no es del todo malo, ser una tabula rasa, volver a comenzar, escribir esas páginas en blanco.

Es imposible olvidar del todo.

Inténtalo Lucía, te lo pido por favor.

¿Por qué?

Porque mientras tu recuerdas soy yo la que me lleno de esa tristeza que tu no quieres proyectar, soy yo la que absorbo tus lágrimas, Lucía, llora por favor porque me ahogo.

No puedo llorar, porque si lloro reconozco que quiero sanar, las heridas son necesarias Alma, son necesarias para sentirme viva.

No te es suficiente con abrir los ojos.

No, porque a veces lo que ven los ojos es más triste que la oscuridad, y no quiero tener que depender de mis ojos para sentirme viva. Las memorias no necesitan de los ojos para sobrevivir, las puedo ver aun cuando no halla luz en mis parpados.

Hay cosas que deberías olvidar, sin embargo son esas a las que más te aferras, ¿porqué te escondes detrás de tu antítesis cuando te toca sufrir?

No has pensado Alma, que quizás es ella quien se esconde detrás de mi, para sufrir, quien se esconde detrás de Lucía, el ser melancólico que se alimenta de las memorias, para proyectar la tristeza que en su intrínseca necesidad de que los otros piensen que nada le duele ni le afecta, suele reprimir.

Quien sabe Lucía, acaso puedes tu detenerla, ella tiene control sobre nosotras, sobre las dos, ella es quien dibuja y crea, nosotros solo representamos.

No pienses que no tenemos cierto poder sobre eso, igual somos manifestaciones cargadas de coraje y de emociones, crees que eso no afecta la psiquis de quien dice tener control sobre nosotras.

No muerdas la mano de quien te da de comer, en este caso de quien te da la vida Lucía, tú y yo solo somos manchas negras en un papel, sin embargo ella es un ente que existe, que vive.

Y nosotras, ¿hemos muerto? Además piensas que eso es vida, reprimir, esconder, sufrir en silencio, el silencio me parece algo nauseabundo, un asco.

No lo se quizás cada vez que deja de manchar el papel, morimos un poco, cada vez que no nos escribe por mucho tiempo perdemos vitalidad.

Puede ser eso cierto, de todos modos mientras me utilice para sufrir me mantiene existiendo en negro.

Te conformas tan fácilmente Lucía, ¿acaso no es un poco injusto que no te permita ella sentirte feliz?

Mis características me son inherentes, las tengo desde que manche el papel por primera vez. Sin embargo hay días en los que si me permite ser feliz, que me permite emerger y existir en sus días, me permite rozar la piel de las personas a quien quiere, me permite besar, tocar, me permite vivir por un día o dos.

Pero luego te vuelve a encerrar en el mundo idealizado en que existes.

¿Y qué importa? Si, sabes bien que me alimento de los recuerdos, esos son los días que más me llenan.

Lucía, hay algo que he querido preguntarte desde hace algún tiempo y no me lo has permitido, se que es algo que doloroso que estas escondiendo, por favor déjame saberlo.

Ya se lo que quieres saber, pero de todos modos prefiero que me preguntes.

En esos días que estuviste viviendo por ella; ¿te enamoraste de su pareja verdad?

No lo se, pienso que de una forma u otra si, pero jamás podré saber con certeza que es el amor, total, una persona que existe a medias como yo, que existe entre días lluviosos y pedazos de papel, entre nostalgia y heridas abiertas, entre sufrimiento libre y represión constante no puede tener ideas claras, la banalidad de mi existencia no me lo permite.

Sin embargo sin ti ella no existiría, tu eres la que siente por ella, porque como dices se esconde detrás de ti, entonces todo ese amor que ella decía sentir, realmente fueron sentimientos tuyos.

No compliques más el panorama Alma, yo no quiero pensar que amo porque sería idealizar una vida que no poseo, ella es quien ama, yo solo sufro. Sufro cada vez que me escribe denotando frustración, locura, cada vez que me suicida sin yo estar de acuerdo, me quita mi reflejo, me otorga una existencia dolorosa. ¡Basta! No quiero entrar en discusiones existencialistas contigo Alma, al fin y al cabo tú existes igual o menos que yo, eres como Dios, todos quieren pensar que existe pero son todos los que lo desaparecen constantemente con sus acciones…

De esos que besan y se van...

Quisiera que los labios fueran hijos de los marineros de Neruda, aquellos que besan y se van...Que fueran meramente una parte más como lo son para un Anatomista. Que no implicaran una caída a uno de los círculos de Dante, que no se amaran como se aman las rosas de sal, topacios. No es posible en este mundo tan enredado, ser marinero sin mar, sin embarcación, sin puerto. Las alternativas se rigen en el perfil de Bosé.
Los días son una tortura, una misantropía constante, una lucha, una frustración digna de que un Vallejo narre las muertes en mi Medellín.


No hay tristeza peor para una mujer de palabras, que perder el hilo, y que el léxico se convierta en una serie de periódicos suspiros, de miradas inciertas. Son tristes los finales sin comienzo, los “hasta luego”que se traducen en “adios(es)”. Es triste que lo tántrico se desvanezca en su propio origen. Los labios marineros no encontraron un puerto que dejar, otros labios para arropar. Las puñaladas de la culpa calan más hondo, que los aleteos de las libélulas, que ocasionalmente se sienten en la anatomía… no serán sino aquellas de la memoria que aleteen, de nostalgia, melancolía, o pura desesperación para no caer al devastador abismo del olvido. En su último aliento, y justo antes de caer, se escuchará al unísono un grito ahogado, un nombre.

Ser presa de los movimientos gástricos, los que se crean cuando besas y cuando se hacen otras cosas que son mejores hacerlas que narrarlas. Ser presa del cosquilleo, del aleteo, de la corriente que movería al cosmos a hacer tantas cosas si se pueda exteriorizar.

Terreno escabroso

Terreno Escabroso

“Cuando se rellenan los vacíos con material inestable es probable que los huecos resurjan traicioneramente”.

-Tengo que decirte algo- musitó.

Desperté de un sueño que duró dos minutos. Miré a mi lado y encontré a una perfecta extraña, en el sentido más común, en el más vil. Sentí que se me apretaba el pecho, me mordí tan fuerte los labios que los sentí sangrar. Me levanté, me vestí de prisa, recogí mis cosas y salí dando un portazo.

La noche estaba tibia, con la primera bocanada de aire sentí que se hidrataban mis pulmones y la presión que tenía en mi garganta se pasó a mis ojos. Comencé a llorar involuntariamente intentando destapar, despertar de mi ofuscación.

Caminé no se por cuanto tiempo, mientras lo hacía, alzaba la vista ocasionalmente, no reconocía nada, sentí miedo. Comencé a correr. Pensé que si corría podría llegar más rápido, pero es difícil en la nada encontrar algún lugar. Me detuve en una parada de autobús, ya no lloraba y mi respiración se había normalizado, no sabía si quería respirar.

Amanecí en un cuarto de motel barato, la precariedad del lugar la delataban las paredes cubiertas de un papel tapiz marrón arrugado. No recuerdo bien como llegué, lo cual podría explicarse por la botella de vodka medio vacía que está en el suelo.

Intenté incorporarme para buscar el móvil, me sentí un poco mareada y mis piernas no pensaban que debía despertar.

El móvil reveló tres llamadas perdidas, todas de la extraña. Tenía una sensación extraña en la boca. Fui al baño y el reflejo en el espejo me mostró una sonrisa negra, y una gota de sangre seca en mi mejilla. Me limpié, y con eso poco a poco sentí los primeros indicios de dolor.

Mi estómago se fraguaba una batalla con al alcohol y el aire, así que decidí comprarme algo de comer en una cafetería que quedaba cruzando la calle del motel. Me comí un pollo un tanto soso, -odio tanto la comida de este lugar, nunca me satisface-. Decidí caminar un poco, no conocía demasiado la ciudad, esta ciudad habitada por los años, no se ven personas jóvenes, solo veteranas, en el sentido literal y en el más figurado. Todos orgullosos de sus heridas de guerra, aunque algunos nunca pisaron el campo de batalla.

Intenté reconocer algún espacio que me permitiera algo de sosiego. La noche anterior fue un asco, no sabía exactamente porque, pero me dolían los músculos y la sangre de las sabanas del motel, me indicaron que mis demonios estuvieron un tanto intensos.

Tenía cortadas en varias partes de la espalda. Tengo problemas para razonar como llegaron ahí. Hice un esfuerzo para recordar, pero los párpados me duelen desde adentro, recordar me resulta muy difícil por el momento. Las cortadas no son profundas pero arden, sobre todo por la presión que ejerce el broche del sostén.

El vodka que restaba me ayudó a sanarlas un poco.

Caminé de regreso al motel. Al llegar a la puerta un señor bastante particular, que me miraba como si me reconociera, me detuvo. Tenía los dientes perdidos entre los años de cigarrillos y visitas al dentista que no trascendieron de la postal en el buzón. Su cabello se veía grasoso y viejo, arrugado, como los espirales que sostienen los animales de juego, en un parque para niños. Intenté ignorarlo como suelo hacer con todo lo que no reconozco. Al intentar entrar, me tocó el brazo a la altura del codo, al sentir sus uñas enterrarse en mi piel, me hizo descubrir otra herida que se escondió entre mi estupor mañanero.

-What do you want?, le pregunté, pensando ilusamente que mi amargura selectiva me libraría del evidente sentimiento de miedo que se escapó en mi voz. – No quiero nada morocha- me respondió con una voz tan grave como la decadencia de su acento. – Pero tengo algo para ti, vino un hombre a buscarte, te dejó esto- Me entregó en las manos un sobre que estaba un poco húmedo y sucio, con unas huellas amarillentas impregnadas sobre él. – Gracias, y disculpa, pensé que eras…- Sí, ya se, como todos aquí, pero no, soy argentino.

Asentí indiferente a su respuesta y me alejé con el sobre en mano hacia la habitación. No reparé demasiado sobre el portador de la carta, la realidad en el momento no me importó tanto. Quería llegar a la habitación, sentía unas gotas bajando en mi espalda, quise pensar que era sudor, pero el engaño era inútil. Hacía demasiado frío como para sudar, y el ardor me apuñalaba la cien. Cuando entré a la habitación fue como caer a un abismo. Unas sábanas manchadas, monocromáticas, degradadas en rojos. Desvestí la cama y metí las sabanas a la ducha con agua caliente, no quería tener que responder cuando vinieran a limpiar esta pocilga. Debajo de la cama encontré un objeto que me sorprendió bastante, parecía un arpón pequeño como para pescar de cerca, pensé. Estaba lleno de sangre también, lo arrojé junto con las sábanas y me acosté en la cama desnuda y con olor a alcohol.

Me quedé dormida por lo que me parecieron dos horas, desperté sudando frío, cuando me percaté el matress estaba todo lleno de sangre. Resignada a no poder evitar los estragos de mi noche me propuse abrir el sobre. Había un papel pequeño, que leía:

You don’t owe me anything for this, last night was awesome, you are great, and certainly you don’t deserve to be treated like that, by the way I’m sorry for the hit, but you wouldn’t let go ”.

Adjunto al papel había una llave pequeña como para abrir un candado, la llave tenía una numeración y unas iniciales. “A.I.M”. Sentí un escalofrío que no supe explicar, me vestí de prisa y corrí a buscar al portero del Motel.

-Parece ser la llave de un encasillado-

Claro, pero ¿donde?, ¿Cuál?, ¿y las siglas?

- Podría ser Aeropuerto ¿no?, ya, claro Aeropuerto Internacional de Maryland.

Tome un taxi hacia mi destino. Las manos me temblaban y sentí ganas de llorar. Tenía un dolor en el pecho parecido al de mis malos presentimientos. Esperé ansiosa el camino que demoró unos 20 minutos. Intenté recordar quien pudo haber sido el posible autor de la nota, me concentré tan fuerte, que por unos momentos paré de pensar en ella, sin ningún resultado, bajé del taxi y me dirigí al aeropuerto. Busqué los encasillados, número 303. Al abrir el encasillado, noté un líquido viscoso que estaba pegado a las paredes, era un casillero bastante largo por lo que introduje mi brazo hasta llegar al final. Al mirar lo que tenía saqué dos fotos tomadas por una cámara instantánea. Ambas de la extraña, la primera aparecía con cara de asustada y la otra era una imagen monocromática casi imperceptible, cuando logré definir la imagen, era la extraña bañada en sangre. Al fondo de la foto leía, “Because of you”.

Sentí un líquido repentino en mi garganta, vomité los rastros de mi tristeza, y al unísono todas las memorias me golpearon. Me ví sobre el cuerpo desnudo de un hombre rubio, los recuerdos eran tan punzantes que en medio de las nauseas, sentí un ardor en la entrepierna, como si me estuviera penetrando, lo sentí. Su mano derecha agarraba mis senos mientras la otra me aruñaba la espalda, la nuca, los brazos con el arpón, con las uñas, con la mirada. La escena en el aeropuerto era bastante grotesca desde afuera, pues mientras recordaba, me revolcaba en el suelo del lugar, gimiendo, mitad de placer, mitad por un llanto ahogado.

Justo al borde del orgasmo, grité su nombre, el de la extraña. Me empujo iracundo, me tiro en la cama, abrió mis piernas y me penetró aun más fuerte, me juró que nadie me volvería a herir así. Me apartó, sacó unas fotos de mi cartera, fotos de ella, se vistió deprisa, intenté detenerlo pero estaba muy débil, entre las cortadas, el alcohol y el sexo, mis músculos trabajaban en mi contra. Reuní mis fuerzas y me agarré a su cuerpo, quería evitar que se fuera, giró súbitamente y solo sentí el golpe en mi cara y la sensación salada en mi boca.

Desperté.

- Tengo que decirte algo- musitó.

Luna

Luna

Movió el lente en varias ocasiones, no podía creer lo que estaba viendo. De todos los ángulos, de todas las formas la fotografía le gritaba que la tomara. Sintió unas gotas caer en su cuello; “lagrimas” pensó, pero no lo eran, eran gotas de un sudor frío y espeso que caía con la dimensión de la miel. Su ojo continuaba mirando fijo a través del lente esa imagen tan intensa, su corazón palpitaba de manera que podía escucharse a un pie de distancia. Toda la vida había esperado por un momento como este, la imagen perfecta, estar en el lugar indicado con la cámara en mano para capturar ese instante idílico.

Su respiración comenzaba a volverse más pesada, el sonido de sus respiros cortos, bruscos, retumbaba sobre el silencio de la habitación. Así estuvo inmóvil por lo que le pareció una eternidad. Su mente comenzó a conspirar contra ella, siempre había padecido esa enfermedad de pensar de más, y era ahora cuando lamentaba más sus síntomas. Sus recuerdos comenzaron a caer uno por uno de su memoria, los encontraba en su mano, ya la cámara no estaba con ella, ya no estaba frente a la imagen perfecta, ya no estaba allí. Se vio con una taza de café en la mano derecha y la mano de la mujer que amaba en su izquierda, se encontró mirándola fijamente y sonriendo con sinceridad. Se encontró admirando sus contornos, sus miradas, sus silencios, su belleza, en un pestañeo la perdió. Se encontró nuevamente en la habitación con el lente en mano, un gemido la trajo devuelta, se acerco a la cama, lo tocó, se sintió morir por un instante, no estaba ya frente a la mujer que amaba, estaba frente a un espectro, se sentía desterrada de si misma, ahora se estaba mirando a ella a través del lente, se observaba en el borde de la cama, se veía fingir una gamma de sentimientos que nunca estuvieron allí. Encontró como Dios y el Diablo se unieron en una conspiración para que ese instante pareciera un limbo, un error.

Desde aquel momento intrínseco en que abandonó el amor por la comodidad, por la conveniencia perdió ese líquido mágico de la ilusión, se le fue cayendo dentro de los muebles, en las ranuras de las losetas, en la piel de la conveniencia, en esa piel dura, reseca, en una piel de león. Vuelve a su posición original y ve en su mano el anillo, el representante del dolor, el oro convertido en círculo de opresión, encerrado en su dedo estaba la causa de todas sus penas, de todos sus vacíos, del asco que sentía todos los días de su vida al despertar. Miró a su alrededor y vio las máscaras que adornaban su pared, y se vio colgada de una de ellas. Miles de recuerdos atacaron su cabeza con punzadas tan fuertes que parece taladraban el núcleo de su tranquilidad inventada, en todas las imágenes tenia una de esas máscaras puestas, pegada a la piel y todos reían y admiraban su entereza, su valor, y su belleza. ¿De que belleza hablan? Pensó, si mi belleza se fue por un desagüe de hotel en la luna de miel, luna de hiel.

Esa misma noche que lavé mi belleza, la estrujé entre sabanas mojadas, entre fingir, entre un amor falso, conveniente, premeditado, perdí mi vida para siempre, se me fue el color de los ojos, ahora lo veo todo en blanco y negro, a veces cuando mis días son generosos aparece un gris. Llevo dos años respirando azufre, sofocándome de apariencias, de susurros, de sonrisas ajenas. La gente a mi alrededor no sospecha nada de esta farsa, es por eso que esta es la imagen perfecta, porque tiene el elemento sorpresa, tiene pasión, tiene dolor de papel y mentira tatuada sobre ella.

Lucía reconoce su miseria y se enjabona con ella todos los días, esta decidida a hacer algo para cambiar su destino pero sus pensamientos, sus ganas están demasiado decoloradas. Ahora se pasea entre la habitación, busca en una caja pequeña que esconde en su closet, allí yace su vida real, o lo que fue de ella. Toma las fotos entre sus manos, las observa, las estruja, las moja de sal, las hiere, la hieren. Allí aparece esa mujer otra vez, su felicidad a color, Lucía no puede verlo así. Por cada fotografía que observa pareciera que su corazón se detiene por un segundo, un suspiro le devuelve el aliento. Se siente al borde de un abismo, tiene una venda en los ojos, no quiere ver como muere a cada instante, sus pies resbalan entre las piedras, no acaba de caer, aunque lo desea con ansias, esta imagen se ha convertido en una constante en su vida.

Entre todas las fotos destaca una que captura su atención, se le dilatan las pupilas, se le eriza la piel, los cabellos de sus brazos se empinan, parece que se van a arrancar. Es una foto de ella, de esa misteriosa mujer, aparece caminando por un parque, la imagen parece que fue tomada desde lejos, por algún transeúnte, al mirar la pila de imágenes todas parece que fueron tomadas así. Lucía comienza a perder el aliento, no encuentra las fotos de ellas juntas, las busca dentro de las cajas de fotografías viejas, en toda la casa, vuelve todo un desastre, pero lo hace con el silencio de una sombra. Finalmente ve las fotografías que buscaba, pero en ninguna aparece ella, la mujer camina de la mano de otra persona, a veces de una niña, a veces de un viejo, a veces sola. ¿Dónde estoy yo? Se pregunta con lágrimas en los ojos, sus memorias la traicionan, recuerda aparecer de la mano de ella en las fotos, pero no las ve, las toca, las imágenes son concretas, sus recuerdos se nublan por segundos. Otro gemido la devuelve a la habitación, la imagen perfecta espera por ella, el trípode esta listo, el obturador espera ser presionado, la habitación suda, da vueltas, Lucía también.

Se recuesta de la cama intenta tocar lo que parece ser su esposo, el que vive ajeno de la infelicidad de Lucía, el que vive comiéndose su acto, su fingir, no encuentra piel, solo toca las sabanas. Sus ojos ven sus manos primero acariciar la piel, lo que siente son sabanas, luego toca con mas fuerza, pellizca, tuerce, hiere esa piel ilusoria, no la encuentra, la ve pero no la siente. Se estruja los ojos, se golpea con la mano en la frente, “despierta”se grita con un llanto ahogado. Abre los ojos, y se encuentra otra vez detrás del lente, le tiemblan las manos, esta decidida a apretar ese botón que documentará la perfección. La imagen que ve es la suya, y los gemidos que escucha son sus sonidos de dolor, el veneno esta cerca de acabarla, hace efecto lentamente, le nubla los sentidos, le opaca la voz. Lucía presiona el obturador, la luz roja de la cámara invade la habitación, la colorea de sangre, la imagen se capturó, pero no va haber nadie que pueda mirar esa imagen perfecta.