martes, 22 de enero de 2008

Luna

Luna

Movió el lente en varias ocasiones, no podía creer lo que estaba viendo. De todos los ángulos, de todas las formas la fotografía le gritaba que la tomara. Sintió unas gotas caer en su cuello; “lagrimas” pensó, pero no lo eran, eran gotas de un sudor frío y espeso que caía con la dimensión de la miel. Su ojo continuaba mirando fijo a través del lente esa imagen tan intensa, su corazón palpitaba de manera que podía escucharse a un pie de distancia. Toda la vida había esperado por un momento como este, la imagen perfecta, estar en el lugar indicado con la cámara en mano para capturar ese instante idílico.

Su respiración comenzaba a volverse más pesada, el sonido de sus respiros cortos, bruscos, retumbaba sobre el silencio de la habitación. Así estuvo inmóvil por lo que le pareció una eternidad. Su mente comenzó a conspirar contra ella, siempre había padecido esa enfermedad de pensar de más, y era ahora cuando lamentaba más sus síntomas. Sus recuerdos comenzaron a caer uno por uno de su memoria, los encontraba en su mano, ya la cámara no estaba con ella, ya no estaba frente a la imagen perfecta, ya no estaba allí. Se vio con una taza de café en la mano derecha y la mano de la mujer que amaba en su izquierda, se encontró mirándola fijamente y sonriendo con sinceridad. Se encontró admirando sus contornos, sus miradas, sus silencios, su belleza, en un pestañeo la perdió. Se encontró nuevamente en la habitación con el lente en mano, un gemido la trajo devuelta, se acerco a la cama, lo tocó, se sintió morir por un instante, no estaba ya frente a la mujer que amaba, estaba frente a un espectro, se sentía desterrada de si misma, ahora se estaba mirando a ella a través del lente, se observaba en el borde de la cama, se veía fingir una gamma de sentimientos que nunca estuvieron allí. Encontró como Dios y el Diablo se unieron en una conspiración para que ese instante pareciera un limbo, un error.

Desde aquel momento intrínseco en que abandonó el amor por la comodidad, por la conveniencia perdió ese líquido mágico de la ilusión, se le fue cayendo dentro de los muebles, en las ranuras de las losetas, en la piel de la conveniencia, en esa piel dura, reseca, en una piel de león. Vuelve a su posición original y ve en su mano el anillo, el representante del dolor, el oro convertido en círculo de opresión, encerrado en su dedo estaba la causa de todas sus penas, de todos sus vacíos, del asco que sentía todos los días de su vida al despertar. Miró a su alrededor y vio las máscaras que adornaban su pared, y se vio colgada de una de ellas. Miles de recuerdos atacaron su cabeza con punzadas tan fuertes que parece taladraban el núcleo de su tranquilidad inventada, en todas las imágenes tenia una de esas máscaras puestas, pegada a la piel y todos reían y admiraban su entereza, su valor, y su belleza. ¿De que belleza hablan? Pensó, si mi belleza se fue por un desagüe de hotel en la luna de miel, luna de hiel.

Esa misma noche que lavé mi belleza, la estrujé entre sabanas mojadas, entre fingir, entre un amor falso, conveniente, premeditado, perdí mi vida para siempre, se me fue el color de los ojos, ahora lo veo todo en blanco y negro, a veces cuando mis días son generosos aparece un gris. Llevo dos años respirando azufre, sofocándome de apariencias, de susurros, de sonrisas ajenas. La gente a mi alrededor no sospecha nada de esta farsa, es por eso que esta es la imagen perfecta, porque tiene el elemento sorpresa, tiene pasión, tiene dolor de papel y mentira tatuada sobre ella.

Lucía reconoce su miseria y se enjabona con ella todos los días, esta decidida a hacer algo para cambiar su destino pero sus pensamientos, sus ganas están demasiado decoloradas. Ahora se pasea entre la habitación, busca en una caja pequeña que esconde en su closet, allí yace su vida real, o lo que fue de ella. Toma las fotos entre sus manos, las observa, las estruja, las moja de sal, las hiere, la hieren. Allí aparece esa mujer otra vez, su felicidad a color, Lucía no puede verlo así. Por cada fotografía que observa pareciera que su corazón se detiene por un segundo, un suspiro le devuelve el aliento. Se siente al borde de un abismo, tiene una venda en los ojos, no quiere ver como muere a cada instante, sus pies resbalan entre las piedras, no acaba de caer, aunque lo desea con ansias, esta imagen se ha convertido en una constante en su vida.

Entre todas las fotos destaca una que captura su atención, se le dilatan las pupilas, se le eriza la piel, los cabellos de sus brazos se empinan, parece que se van a arrancar. Es una foto de ella, de esa misteriosa mujer, aparece caminando por un parque, la imagen parece que fue tomada desde lejos, por algún transeúnte, al mirar la pila de imágenes todas parece que fueron tomadas así. Lucía comienza a perder el aliento, no encuentra las fotos de ellas juntas, las busca dentro de las cajas de fotografías viejas, en toda la casa, vuelve todo un desastre, pero lo hace con el silencio de una sombra. Finalmente ve las fotografías que buscaba, pero en ninguna aparece ella, la mujer camina de la mano de otra persona, a veces de una niña, a veces de un viejo, a veces sola. ¿Dónde estoy yo? Se pregunta con lágrimas en los ojos, sus memorias la traicionan, recuerda aparecer de la mano de ella en las fotos, pero no las ve, las toca, las imágenes son concretas, sus recuerdos se nublan por segundos. Otro gemido la devuelve a la habitación, la imagen perfecta espera por ella, el trípode esta listo, el obturador espera ser presionado, la habitación suda, da vueltas, Lucía también.

Se recuesta de la cama intenta tocar lo que parece ser su esposo, el que vive ajeno de la infelicidad de Lucía, el que vive comiéndose su acto, su fingir, no encuentra piel, solo toca las sabanas. Sus ojos ven sus manos primero acariciar la piel, lo que siente son sabanas, luego toca con mas fuerza, pellizca, tuerce, hiere esa piel ilusoria, no la encuentra, la ve pero no la siente. Se estruja los ojos, se golpea con la mano en la frente, “despierta”se grita con un llanto ahogado. Abre los ojos, y se encuentra otra vez detrás del lente, le tiemblan las manos, esta decidida a apretar ese botón que documentará la perfección. La imagen que ve es la suya, y los gemidos que escucha son sus sonidos de dolor, el veneno esta cerca de acabarla, hace efecto lentamente, le nubla los sentidos, le opaca la voz. Lucía presiona el obturador, la luz roja de la cámara invade la habitación, la colorea de sangre, la imagen se capturó, pero no va haber nadie que pueda mirar esa imagen perfecta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanta tu voz narrativa, lo visual...